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Salmo 121:4

  • Centinela del Amanecer
  • 13 jun
  • 1 Min. de lectura
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En tiempos de guerra, incertidumbre y temor, esta palabra resuena como un eco eterno desde Sion: Dios no duerme.


Mientras el mundo tiembla, Él permanece firme.


Mientras los ejércitos se movilizan y los misiles vuelan, Él guarda a Su pueblo con ojos abiertos y amor eterno.


Este versículo no es una promesa vacía ni una frase poética para tranquilizar los nervios. Es una declaración de pacto, una verdad espiritual con peso eterno: el que guarda a Israel está despierto.


No hay vigilancia más alta que la del Altísimo. No hay satélite, radar ni sistema de defensa que se compare con la fidelidad de Aquel que cuida a Su pueblo desde antes de que fuese formado.


Podrán cerrarse las fronteras, caer las torres, apagarse las cámaras... pero el Dios de Israel no se adormece. Y si Él está velando, entonces nosotros también podemos confiar, velar en oración y levantar nuestras manos como lo hizo Moisés: no con armas, sino con fe.


Porque Israel tiene enemigos, sí.  Pero también tiene quien lo guarda.

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