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Principios del Reino en un mundo cambiante

  • Centinela del Amanecer
  • 1 jul
  • 4 Min. de lectura
Principios del Reino en un mundo cambiante – imagen ilustrativa

Basado en: Zacarías 8:16-17


“Estas son las cosas que deben hacer: díganse la verdad unos a otros, juzguen con verdad y con juicio de paz en sus puertas, no tramen en su corazón el mal uno contra otro, ni amen el juramento falso; porque todas estas cosas son las que odio”, declara el Señor”. (NBLA)


Zacarías 8:16-17 forma parte de una serie de exhortaciones que Dios da a su pueblo tras prometerles restauración. Doctrinalmente, este texto nos recuerda que la verdadera religión no se basa en rituales vacíos, sino en una vida transformada que refleja el carácter de Dios. La verdad, la justicia y la paz no son solo valores éticos, sino atributos divinos que deben encarnarse en la comunidad del pacto.


Dios no solo exige acciones externas correctas, sino una disposición interna alineada con su santidad. El mandato de “no tramar el mal en el corazón” y “no amar el juramento falso” apunta a una ética del corazón, anticipando la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:21-22). Además, el juicio en “las puertas” alude a la responsabilidad colectiva de establecer justicia, lo cual fue central en la vida de Israel y sigue siendo un principio esencial para toda sociedad que aspire a la verdad y la equidad.


El pasaje de Zacarías 8:16-17 forma parte de un mensaje de restauración para el pueblo de Israel, pero deja en claro que la restauración no es solo geográfica o política, sino moral y espiritual.   Dios declara con firmeza que la verdad, la justicia, la paz y la honestidad no son valores opcionales, sino principios que Él exige.


“Estas son las cosas que deben hacer…”  No es un consejo, es un llamado directo del Señor.


En tiempos donde la mentira está naturalizada, donde se manipulan relatos, se hacen promesas vacías, se distorsiona lo bueno, y se justifica lo malo, la Palabra de Dios sigue siendo clara y vigente: → Decir la verdad. → Juzgar con justicia y paz. → No maquinar el mal, ni siquiera en lo íntimo. → No amar el engaño.


“Porque todas estas cosas son las que odio”, declara el Señor.  Esto no se trata solo de ética, sino de santidad. Y Dios no ha cambiado: sigue aborreciendo lo falso, lo injusto y lo hipócrita (Proverbios 6:16-19).


Este pasaje nos enfrenta con una pregunta muy personal: ¿Vivimos según lo que Dios ama, o según lo que el mundo celebra?


No se trata solo de no mentir, sino de amar la verdad.  No se trata solo de no hacerle daño a alguien, sino de velar por su bienestar incluso en lo secreto del corazón.


En nuestra vida diaria podemos caer, sin querer, en:


• Repetir una noticia sin haberla corroborado.

• Juzgar a alguien o una situación sin tener toda la verdad, todas las pruebas.

• Hablar con una sonrisa falsa mientras pensamos lo contrario.

• Aceptar que algo se justifique “porque todos lo hacen”.


Pero Dios no llama a “seguir la corriente”, sino a ser pueblo apartado, diferente, verdadero. Y aunque duela a veces, la verdad es sanadora. La justicia hecha con paz, no con bronca, transforma. Y un corazón puro... agrada al Señor.


Desde una perspectiva pastoral, este pasaje nos llama a cultivar una forma de vivir marcada por la confianza, la transparencia y la reconciliación. En tiempos donde la mentira, la sospecha y la polarización son moneda corriente, Dios nos invita a hablar la verdad con amor, a juzgar con equidad y a buscar la paz en nuestras relaciones.


El texto también nos confronta con nuestras intenciones ocultas: ¿Qué albergamos en el corazón hacia los demás? ¿Somos sinceros o manipulamos con palabras? ¿Amamos la verdad o preferimos la conveniencia del engaño? Dios no solo observa nuestras acciones, sino que aborrece lo que se gesta en lo profundo del alma cuando está en desacuerdo con su carácter.


Este llamado a la verdad, la justicia y la paz encuentra su cumplimiento perfecto en Jesucristo. Él es la Verdad encarnada (Juan 14:6), el Juez justo (2 Timoteo 4:8) y el Príncipe de Paz (Isaías 9:6). Solo a través de Él podemos vivir conforme a este estándar divino, porque nuestros corazones, por naturaleza, están inclinados al engaño y al egoísmo.


Aceptar a Jesús como Señor y Salvador no es solo una decisión emocional, sino un acto de rendición total al Dios que odia el mal y ama la verdad. Él transforma nuestro interior, nos da un nuevo corazón (Ezequiel 36:26) y nos capacita para vivir en integridad. Hoy, si escuchas su voz, no endurezcas tu corazón. Recibe a Cristo, y deja que su verdad te libere y su paz gobierne tu vida.


Pidámosle al Espíritu Santo que examine nuestras intenciones, que purifique nuestras palabras y pensamientos. Que nos dé sabiduría para juzgar con verdad, pero también con compasión.


No maquines el mal, ni siquiera en tu interior.

No repitas lo que no es cierto.

No endulces una mentira con buenas intenciones.


Seamos reflejo del carácter de nuestro Dios: Santo, justo, verdadero y lleno de paz.

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9)

“Habla verdad cada cual con su prójimo” (Efesios 4:25)


Hoy el Señor te llama a caminar en verdad, justicia y paz.


No es un llamado a la perfección humana, sino a una transformación profunda que solo se logra en Cristo.


Si aún no le diste tu vida a Jesús, no postergues más.

Recíbelo como tu Señor y Salvador, rinde tu voluntad a Él, y deja que su Espíritu te limpie, te renueve y te guíe.


“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32)

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