Ser en el mundo, pero no del mundo
- Centinela del Amanecer
- 29 jul
- 2 Min. de lectura

Basado en: 1 Corintios 9:21-23 (DHH)
"A los que no están bajo la ley, como si yo no estuviera bajo la ley (aunque en realidad no estoy sin ley, pues estoy bajo la ley de Cristo), para ganar a los que no están bajo la ley. A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. A todos me hice de todo, para salvar de todos modos a algunos. Y todo lo hago por el evangelio, para participar de sus bendiciones."
En este pasaje, Pablo nos muestra una actitud radicalmente transformadora hacia los no creyentes. Él se adaptaba a su contexto, sin comprometer su fe, para alcanzar corazones y llevar el evangelio a todos los rincones. Su objetivo no era ser igual a ellos, sino ser accesible, ser un puente para que pudieran conocer a Cristo. Al igual que Pablo, somos llamados a ser la voz que anuncia el evangelio. Como dice en Romanos 10:14-15, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Si no estamos dispuestos a hacer llegar el mensaje, ¿cómo van a conocer la esperanza que hay en Cristo?
Este pasaje nos invita a ser parte del mundo, estar en contacto con aquellos que aún no conocen la verdad, pero sin ceder a sus influencias. No se trata de imitar su manera de vivir, sino de entender sus necesidades, ser pacientes con sus debilidades y, sobre todo, mostrarles la esperanza que tenemos en Cristo.
Hoy, al igual que Pablo, estamos llamados a ser luz en medio de la oscuridad, sin apartarnos del mundo, sino mostrándoles a Jesús a través de nuestra vida, nuestros gestos y nuestras palabras. Podemos compartir nuestra fe sin imponerla, adaptándonos a las circunstancias, pero manteniéndonos firmes en lo que creemos.
La clave está en no comprometer nuestra identidad en Cristo. Al igual que Pablo, adaptémonos a la cultura sin que eso signifique convertirnos en parte de su pecado. Si amamos a Dios y a nuestro prójimo, nuestra vida será un reflejo vivo del evangelio, alcanzando a muchos con la gracia de Cristo.
Así como Pablo caminaba entre culturas sin perder el rumbo de Cristo, nosotros también podemos vivir con propósito en medio de este mundo: sembrando amor donde hay indiferencia, luz donde hay confusión, y verdad donde reina la duda y la mentira. Nuestra misión no es alejarnos de quienes viven realidades distintas, sino encarnar el evangelio con sabiduría, humildad y convicción. Más que juzgar, estamos llamados a ser presencia viva del amor de Cristo entre quienes necesitan restauración y verdad.
Que el mundo vea, a través de nosotros, que hay una esperanza más alta que cualquier cultura, más firme que cualquier ideología, y más bella que cualquier apariencia: Jesucristo, el único que transforma desde adentro. Caminemos entonces como embajadores del Reino, con el corazón en el cielo y los pies en la tierra.
























