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Seguidor y discípulo: ¿Mismo significado?

  • Centinela del Amanecer
  • hace 26 minutos
  • 7 Min. de lectura
Basado en: Mateo 28:19; Lucas 14:26-27; Juan 8:31; Santiago 1:22-27; Romanos 12:1-2; Gálatas 2:20
Basado en: Mateo 28:19; Lucas 14:26-27; Juan 8:31; Santiago 1:22-27; Romanos 12:1-2; Gálatas 2:20

Seguidor y discípulo, dos palabras que parecen ser sinónimas, sin embargo, en el Reino de Dios representan compromisos de naturaleza completamente diferente.


El seguidor, y para ilustrarlo, lo podemos ver claramente en la cultura popular. Por ejemplo, el fan de una estrella del deporte es aquel que conoce su vida, gustos, campeonatos y jugadas brillantes.  Seguramente tendrá la camiseta con su nombre y número para demostrar que es su ídolo y asistirá a la mayoría de los partidos para verlo. Él, como fan, siente una profunda admiración y alegría por sus éxitos habiéndose transformado en un seguidor acérrimo.


Pero ¿estaría dispuesto a sacrificar su tiempo libre, su vida social, cambiar su régimen alimenticio y estilo de vida? ¿A levantarse a las 5 de la mañana, entrenar con disciplina, aceptar el dolor físico y las lesiones como parte del juego?


En la era moderna, es muy fácil llamarse “seguidor” de Jesús: basta con asistir a la iglesia los domingos, escuchar una prédica en línea o tener una Biblia en la mesa de luz, pero sin abrirla en donde el polvo se va acumulando. El seguidor celebra el triunfo, pero evita el sacrificio. Asiste al servicio semanal, se conmueve con la música, la alabanza y la prédica, acepta el perdón de Cristo, pero al salir del templo, su vida no ha sido transformada, sino que sigue siendo igual. Vive bajo la ilusión de que el conocimiento bíblico o la simple asistencia son suficientes para ser un buen cristiano.


El seguidor se mantiene en su zona de confort, no se compromete, no da a conocer su creencia delante de los que no lo son para evitar entrar en conflicto. Puede leer la Palabra y hablar de teología, pero si su fe no se traduce en acciones diarias de sacrificio, obediencia y servicio, como lo advierte Santiago, corre el riesgo de engañarse a sí mismo:


“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace. Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Santiago 1:22-27).


Años atrás, una persona de fe me comentó que había estado reunido con una persona influyente en la política y que, al despedirse, le había regalado una Biblia. Me quedé pensando: ¿cuánto impacto habrá tenido si no sirvió para transformar su corazón ni su visión del bien común?


El tema no corre por regalar “una Biblia”, y/o tenerla arrumbada en una biblioteca como un libro mas.  Sino hacerla carne en nuestra alma, ser testimonio vivo de ella y mal que nos pese, obedecerla, pero no como un sacrificio y con pesar, sino con gratitud y con amor, porque hay un Dios que aceptó el sacrificio de su amado Hijo para salvación de todos los que en él creen.  Lo que Dios quiere, siempre será lo mejor para sus hijos (Romanos 8:28). 


Y en contraposición, está el discípulo:


El desafío de ser discípulo


La palabra discípulo significa simplemente “aprendiz.” Un discípulo es alguien que es un estudiante, y en este caso, ser un aprendiz de Jesús.  Ser discípulo implica más que simplemente aceptar una invitación.  El discípulo es una persona que se ha rendido a su Maestro imitando Su carácter y manifestando el fruto de la obediencia en cada aspecto de su vida.  No simplemente lee la Biblia sino que la pone por obra.  Pero todo ello tiene su costo, tiene un precio el cual lo lleva a enfrentar desafíos todos los días, en cualquier situación y circunstancia. El discípulo no sigue ni acepta la teología “light”. Él lo tiene en claro y sabe muy bien lo qué está en juego: la Palabra inquebrantable de Dios y cumplir su voluntad como la hizo y la sigue haciendo su Hijo bien amado, el Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:16).


El discípulo de Jesús no acepta peros, ni medias tintas. Él sabe y tiene en claro la Palabra revelada y hace honor a ella. Mas allá del costo, sabe que cumpliéndola, estará haciendo la voluntad de Dios y lo agradable a sus ojos.


También el ser discípulo es un “despojarse” diariamente de sí mismo, de su ego para hacer no su voluntad sino la del Padre. Y eso en muchos casos significa un dejar de lado sus propios deseos porque sabe muy bien que hay un Dios en el cielo que ve todo lo que hace y más todavía, sabe con qué intención de corazón las hace.


Ser un discípulo es también tener una vida de oración, que se traduce en comunión constante con Dios. Esta intimidad es la fuerza que permite al creyente afrontar las exigencias del Evangelio.


El discipulado se demuestra mediante tres condiciones ineludibles que demuestran la rendición total de nuestra vida:


1. La Carga de la Cruz 


Jesús fue claro: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:26-27). 


Este pasaje es muy probable que nos suene “fuerte” y una demanda audaz. Ninguno de los profetas o apóstoles pidió tal compromiso personal y devoción.  Jesús usó la palabra fuerte “aborrece” para mostrar cuán grande debe ser la diferencia entre nuestra lealtad a Jesús y nuestra lealtad a todos y a todo lo demás.


“Es solo en un sentido comparativo, y no literalmente, que el término puede ser utilizado; y para hacer esto muy claro, Cristo dijo que debemos aborrecer nuestra propia vida”. (Spurgeon)


Ser un seguidor de Jesús no es que separe familias aunque en algunos casos, las confronta y divide, entre culturas no cristianas o anticristianas y entre creyentes y no creyentes.


El discípulo es aquel que ha colocado el Reino de Dios por encima de sus afectos, sus intereses y su propia voluntad. El seguidor mantiene el control de su vida; el discípulo entrega el control, aceptando la cruz diaria de la negación propia, que es un símbolo de muerte a los deseos personales.


2. La Prueba de la Permanencia


“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos...” (Juan 8:31).


El seguidor se entusiasma en los momentos de bendición y se aparta en la tribulación. El discípulo es probado por su perseverancia. La obediencia y la permanencia en la Palabra —incluso cuando esta contradice la cultura popular o trae dificultades— son la prueba de que el compromiso no es emocional, sino un pacto de vida.


3. El Llamado a la Multiplicación 


“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo...” (Mateo 28:19).


El plan de Jesús no fue crear un grupo cerrado de seguidores, sino un ejército de discípulos que a su vez hicieran otros discípulos. El seguidor se conforma con su propio crecimiento espiritual. El discípulo es un enviado, un misionero activo cuyo testimonio y vida tienen la tarea de replicar la verdad de su Maestro. El discípulo es un hacedor de la Palabra que, con su vida, acredita la verdad que profesa.


El Llamado Final


La pregunta central no es solo cuestión de palabras que aparentan ser similares sino de rendición: ¿Estás dispuesto a pagar el costo?


El poder de ser un discípulo se manifiesta en la transformación total de su ser.  Un ejemplo actual de ello lo vemos en el cantante popular Daddy Yankee, quien fue cambiado cuando Dios tocó su vida. Canciones que antes eran vulgares pasaron a transformarse en alabanzas como: “El Toque” “Gloria a él” y “Te alabaré”.  Es el poder del discipulado activo, donde ahora entregado al Señor, utiliza su talento para orientar a la juventud y para todo aquel que lo escucha. Solo el Espíritu Santo pudo haberlo transformado y cambiando radicalmente su vida.  Solo Dios puede cambiar los corazones y las mentes que han estado ciegas, sordas y mudas al poder del Espíritu.


Seguidor y discípulo son, en esencia, dos caminos con destinos distintos. La elección que hagas definirá la naturaleza de tu compromiso y tu salvación personal. Para ser un discípulo, Jesús estableció un estándar claro y costoso, obligándonos a ir más allá de la simple aprobación. Si hasta hoy has vivido en la comodidad de ser un simple seguidor, este es el momento de responder al llamado completo de Cristo. Aceptar a Jesús como tu Salvador es el primer paso, pero el discipulado exige que Él sea también nuestro Señor absoluto. La obediencia activa es el lenguaje del amor.


Te invitamos a no ser solo un lector de esta verdad, sino un hacedor. Ven a Jesús, entrégale el control total y acéptalo como tu Señor y Salvador para que tu vida, como la de un verdadero discípulo, sea un testimonio fiel y transformador que honre Su nombre.


El tiempo de la vigilancia nos obliga a vivir de rodillas y a actuar con la espada en la mano. Porque el discípulo no solo vela: también combate con la Palabra (la verdad) y ama con obediencia.

Acércate y acepta al Señor Jesús en tu corazón y en tu vida para que seas transformado.


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